martes, 3 de julio de 2007

Hablando de amores


Una libélula llegó a mi puerta un día y me contó una historia. Empezó a hablar sin más, como si yo tuviera tiempo, como si yo quisiera oirla. Yo estaba reunido, extrañamente con sus amigos, al menos parecían sus amigos, pues todos volaban sin parar, parloteaban y volaban sin control, tal como lo hacen las libélulas.

El caso es que la libélula empezó a contarme su historia y sin darme cuenta me hice parte de ella. Me sorprendí acariciando sus propios sueños y ahorcando sus angustias. Establecí una conexión interna suficientemente fuerte como para querer volar con sus alas de libélula, ver con sus ojos de libélula, pero sobre todo, sentir como sienten las libélulas.

Me contó sobre su padre, el señor libélulo, un fortachón macho muy moderno, de mente amplia y sin prejucios sociales, pero si con prejuicios de papá. Me contó sobre su mamá libélula tambien y esto, he de confesar, es materia para otro cuento distinto a este.

El señor libélulo, como te contaba, era un papá común, preocupado por el crecimiento ascelerado de su hija libélula. Trató siempre de restar importancia a las preguntas incontrolables de mi amiga libélula, ella preguntaba de todo. Quería saber como estaban hechas sus alas y como estaba hecha su cabeza; preguntaba también sobre sus gustos libélulos y sobre las responsabilidades de su especie, de como debían ser la relaciones entre todas las libélulas de su familia y de como sería además, las relaciones de su familia con el resto de la gran comunidad.

Mi amiga libélula quería respuestas y cuando no las encontraba cerca, iba a buscarlas donde fuera. Hasta que un día se encontró con un libélulo fortachón también, grande como su papá, pero con ideas y experiencias diferentes, pensamientos distintos y deseos diferentes.


Para mi amiga la libélula era como hablar con su papá, pero con una extraña sensación de atracción, sentía ganas siempre de estar con este nuevo personaje. Lo visitaba cada vez que podía, cada tanto aprendía nuevas cosas y nuevas ideas se cruzaban por su mente; se gestaban planes y pasiones alocadas, serias o no.

Un día le dijo a su papá libélulo:

-Voy a ver a mi nuevo amigo, papá.

-A quién?!. Preguntó su papá, tratando de disimular su asombro y ahogando entre sus dientes (por que has de saber que las libélulas también tienen dientes como los nuestros) un grito de deseperación al sentir que su pequeña libélula se estaba aproximando al abismo que hay entre la fantasía y la realidad.

Estaba seguro el señor Libélulo que el libélulo amigo de su hija, le enseñaría el camino a una ciudad distinta, aquella a la que van todos los libélulos una vez que tienen edad de separarse del mundo de fantasía y acercarse al mundo real. Pero don Libélulo no temía al hecho mismo, sino al tiempo. Para él era muy pronto saber a su hija cruzando por los pantanosos bosques que conducen a aquella ciudad, lo sabía porque él, como tantos otros había hecho la peligrosa travesía, así que imploró, rezó en silencio y juró marcando sus alas con espinas, golpeando su cabeza contra los árboles más fuertes de su ciudad, que si existía un Dios libélulo, éste debía escuchar sus ruegos y no permitir que su pequeña e inofensiva hija viviera esa angustia a una edad tan extremadamente corta!

Sabiendo don Libélulo que no podía negar a su hija la oportunidad de conocer sus propios deseos y responder a ellos por su propia decisión, decidió callar y seguir orando.


Y así fué, mi amiga libélula se fué a visitar a su nuevo amigo y escuchó, escuchó todo lo nuevo que tenía su amigo que contar, pero se permitió un tiempo para asimilar de a pocos toda esta nueva información que ahora tenía consigo. Todo era mágico, supremamente hermoso como para desear visitar esta nueva ciudad y acordó consigo misma que lo haría, pero su debido tiempo.

Un día, un grupito de libélulas invitó a mi amiga a pasear. Querían llevarla a donde las pequeñas libélulas van a asicalar sus alas y rozar sus cuerpos con otros de su tamaño. Ella, por supuesto que fué con el grupito de libélulas ahi, a donde...

Sorprendida quedó mi amiga, cuando le contaron que su nuevo amigo estaba totalmente furioso con ella por que se fué sin contarle ahí, donde van las libélulas pequeñas a asicalar sus alas y rozar sus cuerpos con otros de su tamaño... Más sorprendida quedó cuando su nuevo amigo dejó de visitarla y no le volvió a contar historias sobre esta nueva ciudad tan hermosa que a través de promesas le había querido enseñar.

Lloró y lloró la libélula, incrédula sobre el hecho contó asombrada a su papá, don Libélulo, lo que había pasado. Este, sin querer mostrar lo que por su cabeza de libélulo pasaba, se dijo a sí mismo:

-"Hay un Dios libélulo, hay un Dios libélulo y soy testigo de ello y ha escuchado mis ruegos y ha respondido a mi autoflajelación, al dolor de las espinas que he clavado en mis alas y me ha permitido tener a mi hija un tiempo más conmigo!!!"

Por supuesto que mi amiga libélula nunca pudo ver en el interior de su padre, quien calmada y pacientemete, abrazó con sus alas libélulas a su hija pequeña y suspiró y suspiró.

Sus amigos libélulos, aquellos con los que yo estaba reunido cuando esta libélula llegó a interrumpir, empezaron a girar y girar y gritar eufóricos por alguna razón.


Mi amiga y yo tratamos de conocer las razones de esta algarabía, pero no lo logramos. Fue entonces cuando decidimos seguir viajando con sus alas libélulas a otro nuevo cuento que ella tenía que mostrarme.

Vicky.....I love you!


1 comentario:

Flavia dijo...

bueno no te había escrito nada acerca del cuento, pues me encanta!!! Los detalles son perfectos, especialmente los del papá libélula!!
Gracias baby,
Yo.